
Ni una. Ni cinco. Ni tres, ni quince ni treinta y dos. Ni cuarenta y nueve. Cuarenta.
Es parte de su obsesión. Aunque no quiera reconocerlo.
En realidad no es que cada vez que alguien quiera llamarlo, tenga que discar treinta y nueve veces antes de conseguir contactarlo. Lo que pasó es que ese día no tenía ganas de contestar el teléfono, y cuando iba por el repiqueteo número veintinueve se dijo a sí mismo que si sonaba once veces más, atendería. Siempre le gustó el número once. Asi que se dijo eso: once más y atiendo.

Igual, era número equivocado.