martes, 2 de marzo de 2010

Todos los juegos, el juego: respuesta de mi amiga Carísima Caro Tapia acerca del texto de la puperheroína

Si hay alguien que puede sacar algo verdaderamente bueno del texto que han leìdo, padecido, experientado, etc, esa es Caro Tapia. Yo no seré Julio Cortázar, pero ella definitivamente es Deleuze - o inserte nombre de filósofo aquí-, con lo cual, sin más preámbulos que mi admiración -y agradecimiento, porque es una respuesta hermosa, y útil, que me hizo pensar mucho-, les comparto este texto sin desperdicio:

TODOS LOS JUEGOS, EL JUEGO

Ah, pero este texto no es juego. Este texto es cosa seria. Prosaica y sin ambición literaria, pero cosa seria al fin. ¿Qué como lo sé? Porque decidí que mejor descanso un poquito de rendir finales, porque me está quemando un poquito el cerebro, y agarro esto que me pasa y lo escribo y lo asumo desde un intento de ironía. Y sí, no estoy evadiendo, no estoy tomando un rol que no soy
Muchas veces me pregunto... qué estamos haciendo acá: dejo de pensar y veo que al final... Ah. No. Esa era una canción de Fito. Sabia por cierto. Empieza bien, pero me pregunto otras cosas hoy (inevitablemente derivadas de esa primera pregunta metafísico-existencial, pero en fin, no viene al caso... ¿o sí?). Esto es una suerte de respuesta en formato similar, literatura que se sabe carta y se sabe autobiografía. Ya lo decía Borges, de todos modos (y recurrimos constantemente a estas falacias de apelación a la autoridad en un doble desafío, paradójico modo de intentar conciliar la puesta de cubiertos de nuestra subjetividad, cortando carne ya cocida hace tiempo que nos da la “seguridad” de no estar diciendo una burrada... intento de justificación y legitimación, al tiempo que de decir lo que creemos con la silenciosa satisfacción de sentirnos comprendidos ya, al menos, por una persona –sea o no parte de este mundo, pensara o no lo mismo hoy): “toda literatura es autobiográfica, finalmente. Todo es poético en cuanto nos confiesa un destino, nos da un vislumbre de él”. En realidad, cualquiera que produce sabe que no puede enajenarse de su producción, ni aunque sea un hipócrita, porque en todo caso no está haciendo más que objetivar su hipocresía (mucho esfuerzo banal, por cierto... arte político, que le llaman), así que –ya especificado al menos uno de los pormenores que la producción literario-artística conlleva en el inevitable cuestionamiento al que es una y otra vez sometida, sencillamente por su débil y vulnerable naturaleza cuestionadora–, me dispongo a comenzar.
los finales de la materia que yo elegí por voluntad propia y mierda ahora más que nunca entiendo a Sartre (lástima que ya rendí Filosofía I y II). pero la tacita en la bacha tiene ese encanto de cotidianedad que… qué se yo. Me llama. Y es como un juego. Porque en el juego asumimos roles que no son los que verdaderamente nos identifican. Y si yo el día que me siento a estudiar decido que soy una persona ordenada y empiezo a clasificar mi placar por color (been there, done that), definitivamente estoy asumiendo lo que no soy, y haciendo algo que evidentemente me causa algo más de placer que la hojita con el estudio, porque para sufrir, directamente me siento a estudiar y chau.
La cotidianidad pareciera esa poco espectacular serie de eventos que se suceden uno tras otro, en la contingencia impertinente de la incertidumbre por lo que sucederá. Si lo pensáramos dos veces, lo extraño es que allí mismo radica la magia increíble de la pequeñez de la cotidianidad. Y tal vez, hurgando en los jardines más profundos de lo que dan en llamar “ordinario”, hallamos muchos los motivos más –a buenas y a primeras– superficiales para creer que hay un sentido que atraviesa toda y cada una de las cosas. Y es allí que decidimos hacer carreras como Artes, Letras, Filosofía, Música, montones de etcéteras (digamos que puede entrar cualquier carrera, porque en realidad se trata del modo de encararla y qué fue lo que no hizo llegar allí, pero voy a lo más fácilmente reconocible con estos tintes de tendencias con que todo lo sabemos teñir los seres humanos). [¿Sabés qué me encanta de esta carta literaria, Juli? Que todos los paréntesis y guiones aclaratorios, la suma de aposiciones y epítetos, nosotras las sabemos bellas, y no tenemos que andar ahorrándonolas... (y sí, “es una cuestión de percepción la amistad” también, como sabiamente apunta Deleuze...)]. Volviendo, decía: elegimos esas carreras, pero desde el momento que elegimos tuvimos la maldita desgracia (increíble buena suerte, por supuesto, también) de habernos acercado más de una, dos, cinco veces a la lectura del existencialismo sartreano, y teñir esa palabra de voluntad, responsabilidad, angustia, llantos... y así es como nos sentimos mal. Cuestionamos a la institución, a nuestra elección (aunque nunca lo suficiente como para no volver a hacerla, claro), a nuestra condición de seres errantes, un poco hedonistas y otro tanto concienzudos, nuestra falta de tiempo, nuestros tiempos muertos, la muerte del tiempo cuando está ahí, para que lo utilicemos... Y de repente, decidimos que sí, que en efecto esos aros estaban esperando ser colgados de una tela que casualmente hace meses tenías ahí, sin utilizar. Jamás habíamos visto Utilísima Satelital, pero todas las ideas brotaron en ese momento en que el resaltador (mucho más que la aguja, el hilo o la aspiradora, claro está, siempre lo estuvo para nosotras) estaba expectante de manchar con amarillo algún espacio blanco, de ser la competencia del negro de la letra, que se había adelantado –venturoso– en acariciar el papel. Y mientras lo pensamos, lo meditamos, nos odiamos por estar perdiendo el tiempo en la eterna disyuntiva de lo absurdo, del pensamiento errante, ese que nos llevó allí –a pesar de, justamente, todo lo otro en lo que ahora sí estábamos pensando– y que ahora, paradójicamente, nos está sacando una y otra vez de esa hoja que habla de todo lo que nosotras queremos seguir pensando...
Y sin embargo...
Y sí, no estoy evadiendo, no estoy tomando un rol que no soy –aunque me estoy metaforizando, con esto de la superheroina, pero en realidad era un juego con mis pantubotas, que están buenísimas-, estoy contando lo que soy (una cobarde que no se anima a rendir), por ende no es un juego esto, por ende es cosa seria –suponiendo que el universo está formado por sistemas binarios y el opuesto al juego es el no-juego o la cosa seria.
Sí, seguimos ahí. Seguimos jugando. El juego lo coloca la mente, lo formula. Ya Wittgenstein decía (el segundo, un poco más simpático que el primero) el lenguaje mismo era una construcción indescifrable, porque era un juego cuyas partes estaban todas tan interrelacionadas entre sí, de modo que sólo podíamos aprender jugando. Los chicos aprenden jugando, y toda la creación social es también un juego. El juego es, también, las ansias por no ser lo que somos, tal como si lo fuéramos. El lenguaje es la representación de aquello que queda irrepresentable, porque es el puente que intenta franquear la oscura indeterminabilidad de las subjetividades que nunca se fusionan, se transplantan, sino que simplemente se miran, se leen, se observan, se comunican, se intentan saber bajo la paradójica situación de saber que no se saben nunca. Es decir, que si el lenguaje es uno de los primeros juegos en que nos sumergimos, ¡cómo la mente no va a ser la culpable de que luego el juego se le ponga en su contra! Y es que en realidad siempre estuvo a su favor. “Ser o no ser, esa es la cuestión”. Y por eso nos enferma, nos atrapa, nos irrita el lenguaje. Por eso le rehuímos y volvemos a él, por eso es nuestro mejor refugio para expresar la incomodidad existencial de las fugas a que el deseo obliga, al tiempo que la evidencia del peor estancamiento del ser humano: el de pretender que predica verdades o falsedades por sí mismo. Entonces, nos permitimos jugar con él. Es un nuevo juego, un nuevo modo, que resignifica el anterior, desgastado por las costumbres. Todo tiene su tiempo de caducidad, y renovar nuestros juegos es crear. O mejor dicho, crear es un modo de poner el renovar nuestra apuesta a los juegos, a las máscaras. Por un instante, todo se vuelve más sencillo si lo pensamos todo como juegos de nuestra mente. Allí relajamos de modo tal que no nos importa estar cantando una canción, componiendo un himno, haciendo una poesía, tejiendo a crochet, limpiando una rejilla sucia, pintando una botella con acrílicos de colores, cambiando por décimo cuarta vez la yerba del mate (en dos horas) o escribiendo una catarsis renovadora entre amigas. Quién sabe, tal vez “gran literatura gran” de la historia futura.
¡Y a quién le importa! No sé, pero dejo un texto, y una foto, y una reflexión nerda, fuente de la maldita materia que desencadenó este delirio por el cual a partir de ahora más de uno me va a mirar raro –y me va a importar reverendamente un comino-: cada hombre, como dice Wilde en la Balada de la cárcel de Reading, mata a lo que ama.
Yo también estoy en esta situación de hablar de juegos, hacer teorías sobre cómo será mejor mi año pero no poder sentarme sin dispersar mi mente por mil lugares. Tenemos una facilidad especial para caer en los delirios más sutiles con una constancia de abeja, de hormiga o de contador... pero no vemos en ello un mérito o una realidad. Sin embargo, nos encontramos con lo prolífero también –y sobre todo– cuando debemos enfrentar situaciones que nos problematizan con la enormidad que ésta –estupidez para muchos– lo hace. Y creamos. ¿Hay, acaso, un privilegio mayor? Creamos, criamos hijos que salen de las entrañas: hijos bastardos, pero con la gloria de haber sido parte de nuestro tiempo, un tiempo por ellos, ya no muerto sino bien vivo. Como decíamos el otro día, un momento en que no consumimos para escupir, sino que el mero hecho de acercarnos a comer nos genera náuseas. El vómito es de las entrañas, bien nuestro, bien procesado por nuestra bilis. Y, asqueroso o no para muchos, es una imágen increíblemente gráfica y plenamente satisfactoria para mí. Es acá donde pensamos en lo que pensarán todos aquellos que –algunos más, otros menos– no conocen esta parte que damos en desocultar fenómena y fenomenológicamente (aunque no muy lógicamente, por cierto), de repente. Y es aquí donde también, todo nos importa nada. Porque sabemos que es ésta la mejor manera de dejarnos ser nosotras, donde de repente fluyen las incomodidades a flor de piel como si no existieran, allí donde aparecieron en prosa sin que nos diéramos cuenta y, del mismo modo, nos aliviaron sin que pudiéramos –no esta vez– explicar racionalmente por qué.
Los superpoderes, con o sin traje, jamás los tuve.
Así que está bueno que sepamos que por más atuendos con que revistamos nuestras casas, nuestras orejas o nuestros pies, nuestros superpoderes existen muy en serio, y sons esos que surgieron como consecuencia del modo de la evolución de nuestro juego inicial, ese que decidimos siempre seguir jugando. Ahora sí. Algunas situaciones que buscan exceder de repente el universalismo que me caracteriza (parte de mis juegos, qué le voy a hacer!), así, abruptamente, como también suelo hacerlo. Generaciones de sentidos y degeneraciones, de generación en generación, o degeneración en generación. Singularismos: XX XXX X XXXXX XX (censurado, mueran de la intriga); estoy preparando Política (eso, aunque no lo dijera, lo sabías); tenemos que darle empuje al proyecto editorial y cultural, YA.
Te quiero mucho, Juli.
Caro.

2 comentarios:

Caro dijo...

Estimada... mirá lo que subí!

http://naranjoenfloramarilla.blogspot.com

jeje, no me mates, total nadie entra a mi blog! ;)

Santi dijo...

Hermoso blog!

Deberias dibulgarlo un poco más =)

Si querés contactate conmigo y te ayudo a poner tags para posicionamiento en buscadores =D

Agregarias mi blog entre tus amigos?

http://descargasyocio.com/

Muchas gracias!!

Contactame si queres :)